El pasado miércoles, día 10 de diciembre, se presentó la novela del escritor murciano Jerónimo Tristante, en la librería Luces de Málaga. Como es natural en este tipo de eventos, tras la consabida presentación, nos fuimos todos de marcha por ahí para celebrarlo. Nos hartamos de reír, que para eso se encargaron Jero y Giove (el señor con bigote y perilla que se apoya en mi espalda y el "ricitos" que tengo a mi izquierda). Las señoritas y señoras pusieron el glamour, como no. En esta última fotografía estamos varios de los miembros del foro Abretelibro. De izquierda a derecha: Yo, Giove, Jero, Brontte, Felicity, Perséphone, Rinariel, Paleo y su esposa (ahora no recuerdo el nombre... ¡por Dios, que cabeza la mía!).
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Presentacion de "El tesoro de los nazareos", en Málaga
El pasado miércoles, día 10 de diciembre, se presentó la novela del escritor murciano Jerónimo Tristante, en la librería Luces de Málaga. Como es natural en este tipo de eventos, tras la consabida presentación, nos fuimos todos de marcha por ahí para celebrarlo. Nos hartamos de reír, que para eso se encargaron Jero y Giove (el señor con bigote y perilla que se apoya en mi espalda y el "ricitos" que tengo a mi izquierda). Las señoritas y señoras pusieron el glamour, como no. En esta última fotografía estamos varios de los miembros del foro Abretelibro. De izquierda a derecha: Yo, Giove, Jero, Brontte, Felicity, Perséphone, Rinariel, Paleo y su esposa (ahora no recuerdo el nombre... ¡por Dios, que cabeza la mía!).
jueves, 4 de diciembre de 2008
Presentación de la revista "La sierpe y el laúd", en Murcia
domingo, 30 de noviembre de 2008
Presentación de "Génesis. El ritual rosacruz", en Alhama de Murcia
El pasado jueves, día 27 de noviembre, se presentó la novela "Génesis. El ritual rosacruz" en Alhama de Murcia. En el acto estuve acompañado de Francisco J. Illán Vivas, más conocido en los foros como "Nébulos". Se llevó a cabo en Los Baños, un centro cultural rehabilitado sobre unas antiguas termas romanas y árabes, al pie del castillo. Aquí os dejo algunas fotografías.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Presentación del libro "El rey de las esfinges"
sábado, 4 de octubre de 2008
Feria del Libro en Murcia
Ayer tarde estuve firmando ejemplares de "La escala masónica" y "Genesis. El ritual rosacruz" en la Feria del Libro de Murcia, en la caseta del FNAC. Me acompañaron varios amigos, entre los que se encontraban Francisco Javier Illán Vivas (Nébulos) y su esposa, la escritora y actriz Faustina Bermejo, el escritor José Mª López Conesa...
miércoles, 1 de octubre de 2008
I JORNADAS ABRETELIBRO
TAKEO, VIVET, MORANIS, PATRICK, JORGE MAGANO Y BARCOMARI
UNA INSTANTÁNEA DE LA CENA EN EL BAR MIÑO
viernes, 27 de junio de 2008
Presentación de "La escala masónica" en Alhama de Murcia
El pasado día lunes 23, "La escala masónica" fue presentada en sociedad en Alhama de Murcia, mi pueblo de nacimiento. Fue una bonita experiencia presentar el libro en un lugar donde todo el mundo te conoce. Eso hizo que me sintiera algo más arropado.
viernes, 13 de junio de 2008
Entrevista en "Entrelíneas"
JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ-LUNA
“LA ESCALA MASÓNICA”, UN BEST SELLER ALHAMEÑO
El pasado fin de semana estuvo en Madrid firmando su novela, “La escala masónica”, en la Feria del Libro. A un lado se encontraba el celebérrimo columnista, escritor, periodista y recientemente galardonado con el Planeta, Juan José Millás; al otro, la también escritora y periodista Rosa Montero. Cualquier otro habría estado fardando de esta pequeña aventura hasta que llegara el olvido, pero Patrick Ericson ni siquiera hubiera mencionado este curioso episodio si no le llegamos a preguntar por su andanza en la Feria del Libro.
Así es José María Fernández-Luna, [1.962], un alhameño que ha conseguido algo que muy pocos han tenido el honor, publicar una novela, “La escala masónica”, con una de las editoriales más famosas del país, Vía Magna. “Soy una persona muy poco vanidosa”, -nos cuenta-, “me conformaría con que se vendiera esta edición, [5.000 ejemplares], y que se sacara una segunda edición. Como el propio título de la novela indica, creo que hay que subir los peldaños uno a uno y sobre todo hay que tener mucho cuidado con el último escalón que es el del orgullo”, -matiza con una sonrisa en la boca-. Atendiendo a sus palabras, y teniendo en cuenta que ha tenido que esperar ocho años para que le publiquen su primera novela, podríamos decir que también es una persona optimista, “mientras que estemos vivos hay tiempo para solucionarlo todo”, -señala-, no en vano afirma que una de las cualidades que más le gusta de su propia personalidad es su fuerza interior, “no me hundo por casi nada”.
José María Fernández-Luna ha decidido firmar sus novelas como Patrick Ericson por tres motivos fundamentalmente. “El primero de ellos es el de hacer un pequeño homenaje a sus dos hijos, Patricia y Eric”, -señala con orgullo-. El segundo tiene más que ver con demostrar que la calidad de una novela no se mide por el nombre de su autor sino más bien por la calidad literaria de la misma, el último de los motivos se encuentra a mitad de camino entre el capricho y la manía, “siempre he querido tener un nombre anglosajón y pensé que esta es la oportunidad ideal para ello”, -matiza con una sonrisa-.
Fernández-Luna y la literatura
José María nos confiesa que su amor hacia la literatura le viene gracias, sobre todo, a una persona, su tía Concha Fernández-Luna, escritora de cuentos infantiles, de relatos breves, bibliotecaria en el Vaticano y amante de la literatura, “me influyeron mucho sus experiencias y encuentros con escritores como Alberti. También los cuentos que nos contaba de pequeños a mi hermana y a mí”, -comenta-, “a raíz de ahí uno de mis sueños de pequeño ha sido el de ser escritor”.
“Esta novela diría que es de misterio, un poco esotérica y, sobre todo, con un final en el que trato de enseñar algo a quien la lee, me gustaría transmitir amor por la sabiduría”, -así define Fernández-Luna su novela-. Dos años buceando en bibliotecas e Internet ha sido el germen de su primera novela distribuida por toda la geografía española, “durante el proceso de creación de la novela”, -nos cuenta-, “los personajes te van guiando para encauzar la novela en un sentido o en otro”.
Fernández-Luna admite aparentar ser una persona seria, sin embargo, para desquitarse nos comenta entre risas que ha hecho cosas escandalosas, “en una ocasión me subí a la barra de un bar a bailar disfrazado de Pedro Picapiedra”. Pero volviendo a asuntos serios, como es la literatura, afirma que la única vacuna que existe hoy día contra esa manía que tenemos los españoles de no leer es la de tirar la televisión a la basura, “hay que acudir más a las bibliotecas, participar más en foros de literatura”, -señala con ahínco-, “hay que leer de todo, no solo novela”, -continúa explicando-, “necesitamos aprender para llegar a ser mejores personas. Y aprendemos, sobre todo, leyendo”, -sentencia con rotundidad-.
“No creo en los concursos literarios”, -señala-, “hay una leyenda de que estos concursos están premiados de antemano. No sé si será así, pero en la mayoría de ocasiones se acierta el ganador si sabes quién se ha presentado al concurso”, -afirma-.
ENT: ¿Es necesario tener un buen agente para poder llegar a algún sitio?
J. M: Yo creo que sí. En mi caso personal no tengo más que agradecimientos para mi agente porque las tres novelas que le he enviado en un plazo de 30 ó 40 días me las ha colocado las tres. Creo que sí que es necesario, pero también vender buenas historias.
ENT: ¿Por qué debemos comprar y leer “La escala masónica”?
J. M: En primer lugar por que te engancha desde el principio, en segundo lugar, porque es una novela cuyas tres cuartas partes transcurren en la Región de Murcia y eso es muy poco frecuente. Como murciano he querido centrar un poco la novela en Murcia y espero que los murcianos la lean porque entre otras cosas narra la historia de una leyenda que corre en torno a la catedral de Murcia sobre la cadena de piedra que circunda la capilla de los Vélez y a partir de esa leyenda yo he creado esta novela. Y en tercer lugar porque la novela, ante todo, trata de enseñar algo. Espero que el que lo lea aprenda amar un poco más la ciencia, la filosofía, la historia: la sabiduría, en definitiva.
ENT: El libro salió a la venta el pasado 12 de mayo, ¿para cuándo una presentación aquí en Alhama?
J. M: La verdad es que no lo sé. Me gustaría presentarla aquí pero la editorial no va a hacer una presentación en un pueblo pequeño como Alhama. Personalmente, espero que nos pongamos de acuerdo con el Ayuntamiento para poder hacer una presentación de la novela en Alhama de Murcia.
ENT: ¿Ha recibido algún tipo de ayuda económica o subvención por parte del Ayuntamiento?
J. M: Yo creo que nadie recibe ningún tipo de ayuda personal. Desde la Concejalía de Cultura han creado un importante certamen literario como es el Martínez-Mena. Además en los últimos años se están haciendo diferentes actividades literarias en Alhama sobre todo para festejar el Día del Libro. No es que se haga mucho, pero hay un club de lectura, [Macondo]. En definitiva creo que se apoya poco a la literatura, pero creo que poco a poco se están dando pasos importantes para que la literatura tenga la importancia que debe de tener.
ENT: Usted es una persona bastante tenaz, ¿La escala masónica es fruto de esa tenacidad?
J. M: Sí. Soy una persona que me empeño en mis propósitos, en mis ilusiones. Con la literatura me ha pasado lo mismo. Yo nunca he perdido la ilusión, nunca me he desalentado por que no me han publicado o por que no he conseguido algún premio. Yo ante los tropiezos me crezco y este libro sin duda es fruto de todos estos años luchando.
ENT: En septiembre publica su segunda novela, “Génesis, el ritual rosacruz”, háblenos un poco de ella...
J. M: Esta novela sí que es más histórica que “La escala masónica”. Se centra en el siglo XVIII y es del mismo corte que esta primera novela, porque prácticamente están escritas las dos casi a la vez. Solo te puedo decir que tiene un final muy sorprendente en el trato de demostrar que hay muy pocas cosas que nos diferencien al hombre y a la mujer.
ENT: En el proyecto de creación de la novela supongo que habrá tenido que renunciar a muchas cosas y habrá tenido que hacer muchos sacrificios?
J. M: Sí, muchos. Hay un refrán que dice que un escritor es una persona que no ve el sol. Todo mi tiempo libre lo dedico prácticamente a escribir, leer, corregir y recopilar información. Todas las noches se me hace la una o una y media escribiendo y cuando llega el fin de semana alargo la noche un par de horas más. Escribir es algo que me gusta mucho y cuando haces cosas que te gustan las haces con placer. Prefiero emplear mi tiempo libre en la escritura antes que ir de viaje, ir a charlar con los amigos al bar... El coste de oportunidad de la vida, siempre hay que elegir... [risas].
ENT: Aún ignorando si su trabajo va a llegar a la gente...
J. M: Por supuesto, yo nunca esperaba publicar por que es muy complicado publicar hoy en día. La verdad nunca me lo había planteado en serio. Lo único que tenía claro es que me gustaba escribir y le he dedicado mucho tiempo y nunca he perdido la esperanza, ni la ilusión. Sabia que era realmente complicado publicar, pero cuando te empeñas en algo y luchas por ello tienes muchas posibilidades de conseguirlo.
ENT: Dé un consejo a todos aquellos que les gusta escribir, pero que se desesperan un poco porque su trabajo no se ve recompensado.
J. M: Sobre todo creer en uno mismo. Escribir por encima de todo. Y lo que es más importante no desesperar, tener constancia e ilusión.
Yo he llegado a escribir tres veces una misma novela que sigue sin estar publicada, lo importante es creer en lo que uno hace.
jueves, 5 de junio de 2008
Feria del libro en Madrid 2008
miércoles, 23 de abril de 2008
¡AHORA SI!
jueves, 3 de abril de 2008
Próxima edición de "Génesis"
http://www.nowtilus.com/descargas/catNowtilusSeptiembre2008.pdf
Gracias a todos, y espero que os guste.
GÉNESIS. EL RITUAL ROSACRUZ
1780. Extraños crímenes tiñen de rojo las calles
de París. Para resolver el misterio, el agente
Marais debe adentrarse en el enigmático mundo
de la magia y la alquimia de los Rosacruces
Autor: Patrick Ericsson
Formato: 16x23,5 cm · Páginas: 400 · Colores: b/n ·
Encuadernación: Cartoné con sobrecubierta · Edición: 1ª ·
Fecha de lanzamiento: Junio 2008 · ISBN-13: 978-849763527-
1 · Código Nowtilus: 0804006011
Una serie de extraños asesinatos tienen lugar en el
París de 1780. El policía Gustave Marais tendrá que
descubrir la verdad adentrándose en un misterioso
ritual que ha iniciado la hermandad de los Rosacruces,
donde un enigmático y oscuro individuo y una
prostituta son la aparente clave del misterio.
miércoles, 5 de marzo de 2008
Presentación de la novela "El caso de la viuda negra", de Jerónimo Tristante
sábado, 16 de febrero de 2008
Entrevista para "Anika entre libros"
Por fin ha salido en "Anika entre libros" la entrevista que me hizo hace unos días el poeta y escritor Francisco J. Illán Vivas. Aprovecho la ocasión para darles las gracias, tanto a Francisco como a la propia Anika, ya que su labor, de dar a conocer a los autores españoles y sus obras, me resulta tan entrañable como a veces necesaria. ¡Gracias por vuestra desinteresada labor!
http://www.utopiamail.net/libros/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre257.ascx
lunes, 4 de febrero de 2008
Encuentro con F.J. Illán Vivas
Enlaces:
http://diariodruida.blogspot.com/2008/02/encuentro-con-jos-mara-fernndez-luna.html
http://www.vegamediapress.es/noticias/index.php?option=com_content6&task=view&id=7004&Itemid=56
viernes, 1 de febrero de 2008
La elegida de los dioses
viernes, 18 de enero de 2008
Arkhadia, el séptimo milenio
jueves, 10 de enero de 2008
Hay que casar a la niña: Una obsesión literaria
"Gracias por haber venido, caballero"... Con estas palabras de cortesía, me despedía de Espido Freire esta tarde, poco antes de comer.
A eso de la 1´15 de la tarde, la escritora nos deleitaba con una de sus cálidas charlas, plena de historias literarias, en el CEU de Elx . La conferencia, que fue seguida con gran expectación por universitarios, profesores y, como yo, admiradores de la escritora y de sus libros, abordó el tema obsesivo que existe (en gran parte de las grandes obras literarias) por casar a nuestras hijas ante la problemática de mantener su "Status" social dentro de una sociedad dominada por los hombres; desde el Cantar del Mio Cid hasta la actualidad, pasando por la Celestina, la Regenta, Jane Eyre, Cumbres borrascosas...etc.
A pesar de ser una hora bastante conflictiva (el evento finalizó a las tres menos cuarto de la tarde), todos los presentes estábamos como pegados al asiento, hubiéramos permanecido allí un hora más de haber sido necesario. Reconozco que es la primera vez que escuchaba hablar a Espido Freire, pero la experiencia ha merecido la pena. Se ve a la legua que es una mujer sencilla y humilde, aunque, como ella misma reconoció, a veces muestra su carácter como todo ser humano al que intenten incordiar. Por ejemplo: a pesar de que, como he dicho antes, era una hora intempestiva, soportó con estoicismo los halagos de las señoras que se le acercaban a fin de que les firmara uno de sus libros, en ningún momento la vi torcer el gesto o dar una muestra, aunque fuese pequeña, de que estaba cansada, y eso que nos dijo que debido a su trabajo no paraba ni un segundo. El hecho de tener que ir de un lugar a otro de España, levantarse temprano, acostarse tarde, coger un avión y luego otro, no pareció importarle y nos atendió a todos con muchísima educación. Yo mismo tuve que echar mano de mi paciencia cuando una señora mayor, de unos sesenta y tantos años, hablaba y hablaba sin cesar mientras Espido firmaba su libro y asentía con la dulzura propia de una institutriz. Luego llegó mi turno. Yo, que no quise ser una molestia para ella o para su agente, me limité a decirle que había sido una conferencia bastante instructiva e interesante, y entregarle un ejemplar de "Soria Moria" después de mencionar mi verdadero nombre. Ella me lo firmó con tranquilidad, segura de sí misma. A continuación, satisfecho por haber tenido el placer de acudir a su conferencia, me marché tras escuchar aquello de: "Gracias por haber venido, caballero".
Me quedo con sus últimas palabras, y con el libro que tan amablemente acababa de firmarme. Ella nunca sabrá que ha leído una de mis obras, la que presento al concurso literario QLVW y de la que es parte del jurado. Aunque, por otra parte, me resulta inevitable pensar que, quizás con un poco de suerte, pueda volver a hablar con ella en un futuro; sólo si el destino quiere ofrecerme esa oportunidad. Yo me conformo con que le haya gustado tanto como a mí me gusta su lectura... ¡Qué ya es bastante!
martes, 1 de enero de 2008
El séptimo día
El séptimo día Por fin hemos dejado atrás un año lleno de incertidumbre y nos enfrentamos a un nuevo futuro. El 2008, necesito creer, ha de proporcionarme nuevos retos, y eso siempre me ha llenado de esperanza. Si todo va bien, tendré la suerte de vivir una experiencia maravillosa que vendrá a dar sentido a tantos años de íntimo y solitario trabajo. Pero mejor no hablar de eso hasta que llegue su día. Ahora, lo que deseo para todos los habitantes del planeta, es que vivamos estos 365 días en paz y armonía, que olvidemos nuestras diferencias y sepamos acogernos al inteligente plan de hacer de nuestras vidas la mejor de las experiencias. Sé que va a ser difícil para la mayoría, pero siempre hay que pensar que mientras hay vida hay esperanza. Por eso he querido contarles una pequeña y triste historia, cuyo final resulta tan sustraído como revelador. He aquí la historia de Rafael González, minero de Sama de Langreo, alguien que se dejó arrastrar por sus miedos. Espero que les guste. EL SÉPTIMO DIA Dedicado a Rafael González, minero de Sama de Langreo. Rafael dejó de sentir dolor físico. Cesó aquella torsión angustiosa de su cuerpo, aquel jadear incesante de los pulmones y de las entrañas que, convulsos, parecían formar una sola unidad orgánica. Se frenaron los latidos encrespados y a pedazos del corazón que se desangraba por segundos; de forma irremediable. Súbitamente se desgonzaron sus músculos y su cuerpo se vio convertido en un guiñapo, en una relajación postrera, definitiva y liberadora. Le pareció entrar a horcajadas sobre una nube gris, espumosa y húmeda, que le inundó de henchido frescor de abajo a arriba, por todos los poros del cuerpo y hasta por cada entresijo del espíritu; una sensación que iba dilatándose, dilatándose cada vez más, como si él —su ser espiritual y material—, se hubiese transformado de repente en una enorme esponja sin bordes cuyas facultades de crecimiento y expansión se desarrollasen a medida que se sumergía en aquella espesura gris sin forma definida. Su boca saboreó la envolvente y aterciopelada vaharina, de suave viscosidad, que le envolvía. Se disgregaba ausente, lejano, ligero. Después no supo nada más. No comprendió que había caído, sin querer, por uno de los escotillones del suelo, al fondo de la mina. Su primer pensamiento, revuelto y susurrante, nacido de su anterior condición humana de “ser vivo”, contenía una parte de cierta actitud lógica, a manera de intento de ensayo deductivo, de causa y efecto; otra parte de poesía, de credulidad cándida e incoherente; y el resto, amontonado y sin discernir, podía muy bien haber estado compuesto por algunos detritus espirituales vegetativos o de baja animalidad, de infraestructura humana, como la costumbre de yacer junto a su esposa en el lecho, el vino jocundo y espeso de los sábados por la noche, o el engancharse mecánicamente al tajo cada mañana. El nuevo ser, tras la muerte, se avergonzaba un poco de sí mismo, con pudores de doncella. Desconocía sus cualidades recién adquiridas, intactas; casi virginales. Era como un Adán asustado de su propia personalidad y, al mismo tiempo, estaba como encogido. Evitaba cuidadosamente mirar, oír, moverse, no como el que está enjaulado en un cerco, sino más bien como quién prefigura esquinas y tropiezos al aire libre. Por otra parte, temía estar a deshora, fuera de su sitio de acoplamiento. Esquivaba el empujón de los compañeros de trabajo, las miradas capciosas y suficientes de los capataces, esas que taladran de costado a costado. Esperaba, de un momento a otro, la orden verbal, imperativa: ¡Fuera de ahí! ¡Vamos!... ¿Qué haces como un pasmarote tumbado en el suelo?... ¡A trabajar se ha dicho! Pero, sobre todo, no sabía si era todavía algo, o tan sólo un subproducto caótico emergido de su propia pesadilla, de quién sabe qué circunstancia diabólica. No se sabía sin cuerpo, abandonado a un desvalido silencio, proyectado sin conocimiento previo ni intuición a un vacío terrible y absoluto, a un desasimiento total de fórmulas, como si una gigantesca ventosa le hubiese absorbido por arte de magia o hechicería, siendo “otro” y él mismo en un horizonte inacabable, sin límites de espacio o tiempo. Ignoraba que estaba muerto, que había fallecido hacía tan sólo unos segundos como Rafael González, minero de treinta y ocho años de edad, natural de Sama de Langreo, casado, padre de dos hijos y domiciliado en la calle de la Paz. Su muerte le era tan indiferente como su vida. Carecía de valor, puesto que ya estaba muerto. Aquí no había relieves ni categorías, ni simple anécdota. Aquí, todo comenzaba a ser de distinto modo. Se incorporaba uno a otra vida, eterna, diferente, sin aspavientos; eso era todo. Igual que un fluir consecuente y ordenado. Por lo que respecta a Rafael, la cosa fue sencilla, vulgar. Nada de mareos, ni desvanecimientos o pamplinas. El tránsito se verificó teniendo en cuenta la ley de la gravedad. Ya lo descubrió Newton jugando con sus famosas manzanas. Después de engullir el ascético contenido de su fiambrera, había bajado a rematar un trabajo en la tercera galería de la mina. De pronto, le apeteció echarse a la boca un caramelo de mentol, para matar el gusanillo del tabaco. Luego, eructó satisfecho: había comido ensalada de cebolla y tomate, con un huevo duro. No me canso de la cebolla tierna —se decía a sí mismo—. Le diré a mi mujer que me ponga ensalada mientras no me harte. Mi vecino Alfonso, que sabe tanto como un libro, dice que el tomate tiene algo que ayuda a dar fuerzas al cuerpo, igual que si fuera una medicina, o mejor. Y la cebolla es buena para el estómago. Además, me gusta un rato. Terminado el caramelo, se enganchó a trabajar con parsimonia, con firme diligencia, como ejerciendo un rito. Puso todo su empeño en la faena. Pues, aunque no le gustase su oficio, no tenía más remedio que aceptarlo y llevarlo con dignidad. Sin darse cuenta, se encontró pensando en sus años de mocedad. Revivió mentalmente su vida en el pueblo, al que había regresado después de varios años intentando encontrar otro trabajo que no fuera el de la mina. ¿Cuántos? —se puso a echar la cuenta—. Lo menos diez. Sí… Diez o doce. Porque yo me casé ya con algunos años. Tenía veintisiete o por ahí. ¡Cómo pasa el tiempo!... Parece que fue ayer cuando salí a la ventura, como quién dice, en busca de otra clase de trabajo. Qué miedo le había cogido a la mina, a la muerte negra y honda de los pozos, a aquel laberinto de tinie- blas, a aquellas bocas insaciables que siempre exigían más vi- das humanas qué devorar. Era algo que no había podido remediar, por mucho que se esforzase en vencer. Cada noche, en la cama, en cuanto cogía el sueño, se retorcía entre sudores espasmódicos, dominado por la opresora pesadilla. Y hasta llegó, en más de una ocasión, a gritar enloquecido saltando de la cama con los ojos fuera de las órbitas, víctima de una real agonía. Se despertaba congestionado, jadeante, sintiéndose morir con aquella muerte violácea y contraída de los asfixiados. Al despejarse los malos sueños, sonreía con huidiza irresolución, intentando mofarse de de sí mismo mientras se vestía para una nueva jornada. ¡Vaya tío macho que estás hecho!... Si lo supieran tus compañeros, poco que se iban a reír de ti —se dijo—. Eres cobarde, Rafael, no le des más vueltas. Y lo peor es que lo eres por dentro, en lo más profundo de tu alma, en ese otro pozo insondable donde nacen y se mueven los resortes auténticos de tu persona. Por fuera finges a los demás, y a ti mismo el primero. Cuando te asientas el casco con brío y coges la linterna, cualquiera diría al verte con ese andar de sargento bravucón, y esas bromas macabras sobre el trabajo que tienes siempre en la punta de la lengua, que eres el Rafael de los terrores nocturnos. Al agruparse con los compañeros, antes del descenso a la mina, se le borraban las aristas de la pesadilla y retaba a la suerte hablando en tono de pullas, si llegaba el caso, incluso acerca de una posible tragedia que, cualquier día inesperado, se los iba a tragar a todos por un escotillón sin retorno, ávido de sus cuerpos viriles y de sus risas mozas. Un día decidió marcharse, porque ya no resistía más la tortura de cada noche, que estaba consumiéndole los pulmones, los ojos y las ganas de vivir. Y se echó a la carretera, con el hatillo al hombro, en dirección a Madrid. ¡Qué así sea!... Lejos del olor de la mina. Trabajaré en lo que salga, en cualquier lugar que no sea mi pueblo. Soy joven y no necesito mucho para ir tirando. Trabajaré en lo que me ofrezcan, hasta que encuentre algo que me convenza. De Sama de Langreo pasó a León, huyendo más y más hacia el sur, como si quisiera interponer kilómetros y kilómetros entre él y las voces profundas y clamorosas de las minas, yendo más tarde a Zamora, Segovia y Ávila; hoy aquí y mañana allí, cambalacheando oficios como los buhoneros sus mercancías, sin instalarse del todo en ninguna parte y todavía medroso de recaer en una vuelta enloquecida hacia su pueblo. Finalmente enderezó hacia Madrid, donde, al cabo de unos meses, se enroló como obrero de la construcción. Al año, o año y medio de estar viviendo en la capital, conoció a su mujer y, al poco, se casaron. Quiso el destino que, tiempo después, tras quedarse sin trabajo por culpa de la promotora, que entró en quiebra, tuviese que volver a Sama de Langreo y recuperar su oficio de antaño. La mina se le presentó entonces como una maldición irremediable. Volvía a ver ahora —de vuelta a la realidad—, como en un sueño, los confines de su mocedad. El pavor constante a la muerte bajo tierra, igual que si hubiese sido un cadáver resucitado dentro del ataúd, le atenazó los músculos en una parálisis de encogimiento. Se le erizó la piel. Los escalofríos de entonces se le cuajaron por momentos dentro de la sangre. Soltó un juramento que rebotó por las galerías oscuras de la mina, llenado el silencio con sus ecos. Hizo un gesto como de sacudirse aquel miedo, antiguo y torvo, de la frente. Osciló su cuerpo, durante una fracción de segundo, sobre sus talones. Perdió pie, cayendo por un escotillón abierto en vertical al vacío, con los brazos extendidos; buscando desesperadamente asirse a lo que fuera en un supremo e inútil esfuerzo de salvar la vida. Ya no era —ni lo sería en adelante— un número y un nombre encuadrado entre dos fechas. Había comenzado a ser desde sí mismo, desnudo y solitario, exento de circunstancias, intemporal y único. Ya no era especie, ni clase, ni familia, sino individuo; indivisible y compacto. Antes de que tuviese tiempo a adaptarse a su plena individualidad, oyó dentro de sí mismo —no fuera, a su alrededor, como antes en su otra existencia—, una voz que no formaba palabras de acuerdo con las leyes expresivas de los seres humanos, por él conocidas, sino que eran como representaciones ideales del concepto, implícito y explícito a la vez, un conocimiento intuitivo dotado de absoluta claridad, penetrante, sutil, elástico en todas direcciones y radicalmente unívoco. “No temas. Puedes descansar en paz. Sosiégate. Ya es hora de que saborees tu existencia con calma. Aquí no tiene lugar la prisa ni el quehacer”. Al mismo tiempo que veía y sentía su espíritu traspasado por la voz, se iba aquietando dócilmente de un bienestar, de un goce nunca sentido ni gustado. La voz siguió hablando: “Tú a mí no me conoces apenas. Lo comprendo. No tenías tiempo, ni sabías asomarte a tu interior. Dura vida la tuya, compañero. Pero yo a ti sí te conozco perfectamente, desde que naciste. He ido viviendo contigo, inserto. Soy, ¿no lo sabes, verdad?... Soy tú mismo, el ser que habita dentro de cada hombre, el que lo impulsa a la vida y el que lo aguarda y recibe inmediatamente después de su muerte particular. Soy tu raíz, el substrato de tu existencia. Ahora me conocerás, puesto que ahora empezarás a conocerte a ti mismo” Rafael, traslúcido, vibraba como un espejo bajo los rayos del sol, inmerso en un sosiego sin fronteras, desbordante de paz, de armonía. “Recuerdo tu miedo a la muerte de la mina —prosiguió la voz—. Parece que no ha transcurrido el tiempo, que está ahí, detrás de nada y, sin embargo, han pasado algunos años. Y ya ves, tanto terror y tanta angustia y has venido a morir asfixiado, unos instantes antes de que tu cuerpo se descoyuntara en la caída. ¿Qué importa la clase de muerte que tengamos, si todo es igual?... Silencio, silencio, silencio. Y más tarde, pronto lo experimentarás, en realidad ya has empezado a probarlo, uno empieza a verse, a saberse distinto, inmaterial y tranquilo. Tranquilo sin acoso de horas, sin riesgos. Tranquilo, seguro, confiado. Sí, ya verás. Es una confianza plena, poseída en su total certidumbre. Anda, ven. Descansa. Necesitabas un largo descanso. Siéntete dichoso sin falsas ebriedades ni contingencias. Ya has llegado a tu destino supremo” Se sumergía Rafael —le seguiremos llamando así— con ahínco y delicada mansedumbre en su quietud beatífica. Respiraba inefables dulzuras, sintiendo y gustando un goce jamás entrevisto ni soñado. Ningún recuerdo de su existencia humana le proporcionaba inquietud ni pesar. Era un reposo acolchado, una aventura esponjosa, ilimitada. Un ser y un estar de invariable placidez, igual que si flotase por un espacio terso, infinito y especialmente aderezado para su uso personal. Como si surcase, lento, un mar inmóvil carente de oleaje. Unos nuevos ojos, diáfanos, de creciente visión orbicular, como si se hubiese convertido todo en una mirada única, absorbente de horizontes, le iban naciendo sin esfuerzo de modo espontáneo. Carecía de deseos, es verdad, pero tampoco sentía necesidad de nada. Podía estrenar y saborear aquel universo virgen y exclusivo, pasar sin moverse por incógnitos espacios, exento de servidumbres, libre, endiosado en sí mismo, eje y centro de un cosmos existente por él y a causa suya. Por todo eso, que no es poco, Rafael se sintió feliz. La ausencia de contacto con otros seres no le producía, como acaso le hubiese ocurrido en la tierra, aburrimiento, ni despertaba en él afanes gregarios por temor a la soledad absoluta, vacía, que le rodeaba. Porque era, naturalmente, un existir sin saberse existiendo; un estar, indivisible en compartimentos estancos de tiempo, lugar o modo, entero y unitario, polimorfo e individual. Un perpetuo “status nascens” de su espíritu y de su ser —o lo que fuera—, solitario y magnífico, pletórico de energía. Pero una energía que no ser vertía ni menguaba, sino constantemente generada en sí, que le hacía omnisciente de manera natural, como una consecuencia de su nuevo estar y ser. Eso sí, toda esa gloria y toda esta magnificencia, no tenían público que la admirasen. Antes, durante su existencia terrenal o humana, el tiempo se le antojaba a veces largo, con exceso, y en otras le venía corto. Ahora, dotado para siempre de libertad de ser, y de ser inextinguible, gozaba su propia saturación contemplándose como un Buda cualquiera, pero ignorando, al mismo tiempo, que era así mismo propio objeto de contemplación. La voz había dejado de oírse hacía un tiempo. Rafael descansaba por vez primera. Había llegado al equilibrio perfecto, al sosiego decantado, a la beatífica sonrisa de Dios después del séptimo día. |